Otras democracias son posibles: la Comuna de París
Antoni Aguiló (Filósofo político y profesor del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra)
Acaban de cumplirse 143 años de la proclamación de la Comuna de
París, una de las experiencias de democracia obrera participativa más
iluminadoras de la historia contemporánea de Occidente, pero también, y
al mismo tiempo, una de las más trágicas que se han conocido.
Al final de la guerra franco-prusiana, con una Francia derrotada, su
primer ministro, Adolphe Thiers, advirtió la importancia de desarmar
inmediatamente París para imponer el humillante armisticio firmado con
Prusia. El 18 de marzo de 1871, bajo el pretexto de que las armas eran
propiedad del Estado, Thiers ordenó al ejército la retirada de los
cañones que la Guardia Nacional tenía en las colinas Montmartre.
Entonces una multitud indignada de mujeres y hombres de clase
trabajadora se opuso al desarme, que dejaría indefensa la ciudad. Una
parte de las tropas enviadas por el Gobierno se negó a disparar contra
la gente y muchos de los soldados acabaron confraternizando con el
movimiento de resistencia, que se alzaba en armas contra la Asamblea
Nacional, desencadenando un proceso revolucionario que enfrentaba al
proletariado parisino con la gran clase de terratenientes, rentistas y
campesinos ricos que dominaba la Asamblea francesa.
Tras el intento fallido de desarme, el gabinete de Thiers huyó a
Versalles. Los sublevados instituyeron un gobierno municipal provisional
que después de las elecciones del 26 de marzo se transformó en la
Comuna de París. Se constituía, así, una alcaldía rebelde de fuerte base
obrera. El ejemplo de París se extendió por otras ciudades y pueblos
provinciales, como Lyon y Marsella, donde se proclamaron comunas
insurgentes rápidamente aplastadas por Versalles.
Más allá de sus tropiezos, la Comuna de París nos legó uno de los
ejercicios de construcción de poder popular desde abajo más relevantes
de la historia reciente. ¿Qué aprendizajes de la Comuna en materia de
democracia pueden contribuir a iluminar las actuales luchas por
democracias reales? ¿En qué medida estas luchas pasan por una práctica
política revolucionaria que amplíe el poder efectivo de las clases
populares y otros colectivos históricamente afectados por la
discriminación? A mi juicio, como embrión de democracia revolucionaria,
la Comuna de París proporciona algunas enseñanzas clave que abren
caminos poco explorados para el avance de democracias al servicio de la
emancipación social:
Democracia de base: la pretensión era la creación de un Estado
desde la base formado por autogobiernos municipales federados entre sí
con un gobierno central con escasas funciones de coordinación. Un Estado
nuevo que contribuyera a deshacer la relación entre gobernantes y
gobernados, donde obtener mejores condiciones de vida y trabajo, en el
que la gente se sintiera reconocida y que estuviera dispuesta a
defender.
Democracia obrera de inspiración socialista. Los comuneros
eran conscientes de la necesidad de romper con las viejas formas de
dominación política (el parlamentarismo liberal y el Estado capitalista
burgués), lo que los llevó a experimentar formas alternativas de
política y sociedad. Aunque la Comuna no acabó con el Estado
capitalista, su gran mérito fue arrebatar completamente su control a la
burguesía, transformándolo en un organismo nuevo que permitía el acceso
al poder a quienes tradicionalmente habían sido apartados de él. Ya no
era el gobierno de las clases elitistas dominantes, sino de las mayorías
populares no representadas, los obreros, cuya bandera roja, símbolo de
la fraternidad internacional de los trabajadores, hondeaba por primera
vez en la sede del Gobierno, el Hôtel de Ville.
En este punto adquiere especial relevancia el componente socialista
de la Comuna, presente en el tipo de democracia que estableció: una
democracia no meramente formal, sino sustantiva, participativa, que
combinaba democracia representativa con democracia directa. Una
democracia que representaba un proceso más allá de la toma coyuntural
del poder, ya que aspiraba a sustituir el aparato burgués del Estado por
otro en correspondencia con los intereses de la clase trabajadora. En
otras palabras, la democracia obrera de la Comuna permitió la inversión
del poder, desplazando el poder político clasista y elitista acaparado
por propietarios para poner en manos de la clase trabajadora la
capacidad efectiva de deliberar, decidir y organizar la sociedad.
La democracia de la Comuna se articulaba en torno a cinco principios:
1) elección por sufragio universal de todos los funcionarios públicos.
2) Limitación del salario de los miembros y funcionarios comunales, que
no podía exceder el salario medio de un obrero cualificado, y en ningún
caso superar los 6.000 francos anuales. 3) Los representantes políticos
estaban umbilicalmente ligados a los electores por delegación y mandato
imperativo. 4) Cualquier representante podía perder la confianza de los
electores y ser depuesto de inmediato; de ahí que la Comuna instituyera
la revocabilidad del mandato, acabando con la perversidad de un sistema
representativo liberal que, como en la actualidad, permitía suplantar la
voluntad de los representados y promovía la profesionalización de la
política. La Comuna se cuidó, de este modo, de hacer un uso
contrahegemónico de la democracia representativa en el que los
representantes obedeciesen y no, a diferencia de lo que ocurre hoy,
donde los que mandan no obedecen y los que obedecen no mandan. Este tipo
de democracia representativa consagraba el derecho popular a pedir
cuentas, exigir responsabilidades y controlar a los representantes, lo
que asestó un duro golpe a la aún tan en boga comprensión parasitaria de
la política, vista como un trampolín para obtener privilegios, hacer
carrera profesional y olvidarse del electorado. 5) Transferencia de
tareas del Estado a los trabajadores organizados, como la promoción de
la autogestión obrera mediante la socialización de las fábricas
abandonadas por los patrones.
Nuevas medidas emancipadoras. Las iniciativas para socializar
el poder político no fueron las únicas. También se acompañaron de
atrevidas medidas de carácter social, entre las que cabe destacar la
separación entre la Iglesia y el Estado, garantizando el carácter laico,
obligatorio y gratuito de la educación pública; la expropiación de los
bienes de las iglesias; la supresión del servicio militar obligatorio;
la aprobación de una moratoria sobre los alquileres de vivienda que
abolía las anteriores leyes en esta materia, confiscaba las viviendas
vacías y cancelaba las deudas por alquiler, poniendo la vivienda al
servicio de las necesidades sociales y el bienestar general; la
supresión del trabajo nocturno en las panaderías y la prohibición de la
práctica patronal de multar a los empleados, una estrategia habitual
para reducirles el salario.
Sin embargo, la burguesía francesa no permitió que el nuevo sistema
político prosperase. Con la colaboración de las tropas prusianas que
cercaban París, el gobierno de Versalles envió más de 130 mil soldados
que el 28 de mayo de 1871, tras 72 días intensos y fugaces de
autogobierno popular, aniquilaron la Comuna. Se estima que en la batalla
murieron más de 20.000 parisinos y que unos 43 mil combatientes fueron
capturados; unos 13 mil fueron condenados a prisión, 7 mil de los cuales
fueron deportados a Nueva Caledonia.
La Comuna de París representa no sólo la última de las grandes
revoluciones populares del siglo XIX, sino también el primero de los
democraticidios de la era moderna, algo apenas mencionado en la historia
“oficial” de la democracia. Lamentablemente, hoy también son tiempos de
democraticidio, de exterminio de saberes y prácticas democráticas. El
capitalismo ha fulminado la democracia representativa en buena parte de
Europa, donde los Parlamentos y las elecciones, como en Italia, son
prescindibles. Pero también son, entre otras cosas, tiempos de
experimentalismo político, de grietas abiertas en el poder constituido,
de protestas populares, de organización colectiva y de luchas por un
poder popular constituyente que, como nos recuerda la Comuna de París,
nace en las calles como exigencia de cambio de las viejas estructuras
políticas y económicas que oprimen a la gente y coartan la construcción
de otras democracias posibles.
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