Machado
vive aún en Madrid
El poeta, muerto en el
exilio hace 75 años, residió aquí más de 30 años, amó a Guiomar y escribió
algunos de sus mejores versos
Rafael Fraguas Madrid 3
FEB 2014
Retrato de Antonio Machado en el café de Las Salesas. / Alfonso
Cuando se cumplen 75 años de la
muerte en el exilio de Antonio Machado, Madrid, la ciudad donde el poeta
sevillano viviera su adolescencia, su juventud e intensos periodos de su
madurez, conserva la estela de su presencia en algunos hitos que evocan su
memoria. Uno de ellos es el busto que le dedicara la Biblioteca Nacional, copia
de una obra del escultor Pablo Serrano, que cabe contemplar hoy sobre una peana
en el jardín del suntuoso edificio del paseo de Recoletos. Otro hito importante
es el de la estación de metro que lleva su nombre en la línea 7, que conecta
Pitis con San Fernando de Henares. Hoy mismo, medio centenar de poetas
asentados en Madrid, desde Rafael Soler, Alberto Infante a Pablo Méndez,
preparan un homenaje magno para el 22 de febrero, con arranque en Segovia,
mientras en numerosos centros culturales, desde el Ateneo hasta la Unesco, se
han programado recitales poéticos y conferencias para evocar su memoria.
Antonio Machado Ruiz había
nacido en el palacio de las Dueñas de Sevilla en 1875, hijo de Ana Ruiz y de
Antonio Machado Álvarez, librepensador, estudioso del folclore andaluz y amigo
de los intelectuales Francisco Giner de los Ríos y del regeneracionista
aragonés Joaquín Costa. En Sevilla, en un ambiente familiar de ideas
progresistas, Antonio vivió una infancia feliz hasta el 8 de septiembre de1883,
fecha del traslado a Madrid con su familia —cinco hermanos, tres chicos y dos
chicas— paras instalarse en un piso de la calle de Claudio Coello, 16. El
traslado acaecía después de que destinaran a su abuelo Antonio a una cátedra de
Medicina de la Universidad Central de San Bernardo. Uno de sus primeros
recuerdos de su adolescencia madrileña fue la asistencia del futuro poeta,
junto a su padre, a un mitin pronunciado en el Retiro por Pablo Iglesias. «Parece
que es verdad lo que ese hombre dice», escribiría Machado años después en La Vanguardia. Y añadía: «La voz de
Pablo Iglesias tenía para mí la voz inconfundible —e indefinible— de la verdad
humana». Ya de mozo, también en Madrid, surgió en el futuro poeta una afección
por el teatro.
El joven dramaturgo, que
colaboró en la hechura de algunas piezas teatrales junto con su hermano mayor y
poeta, Manuel, fue alumno con él del Instituto San Isidro. Este histórico
centro escolar madrileño, ya entonces tricentenario, conserva un bellísimo
claustro barroco que aún cabe visitar en la calle de Toledo esquina a la de los
Estudios y que Antonio Machado tantas veces recorriera. En él se hermanaría más
allá del tiempo y del espacio con poetas y dramaturgos del Siglo de Oro como
Lope de Vega, Francisco de Quevedo y Pedro Calderón de la Barca, que también
cursaron enseñanzas en el viejo caserón que albergara el Colegio Imperial.
En la estela de Rubén Darío
Claustro del Instituto de San Isidro, donde dio clase Machado. /
cristóbal manuel
El bachillerato del imberbe
Antonio Machado, que proseguiría en el madrileño Instituto Cardenal Cisneros,
en la calle de los Reyes, se vio interrumpido por la muerte de su padre, en
1893 y, tres años después, por la de su abuelo médico y catedrático tocayo
suyo. Además de aquellos hechos, le alejó de los estudios un temprano viaje a
París en 1899, junto a su hermano Manuel, si bien aquel periplo le permitiría
conocer allí a Oscar Wilde, más adelante al poeta modernista nicaragüense,
luego afincado en Madrid Rubén Darío, de gran influencia poética sobre su
propia obra, y al escritor naturalista vasco Pío Baroja, en cuya casa madrileña
de la calle de Ruiz de Alarcón, Machado, a su regreso a Madrid, le visitaría en
ocasiones. No lejos de allí, en un palacete de la calle de Alfonso XII esquina
a la de Juan de Mena, habitaría Rubén Darío durante alguna de sus largas
estancias madrileñas como diplomático. Darío también residiría en la calle de
Serrano, 23.
En el arranque del siglo XX, el
cambio de domicilio de las familias de la clase media era extremadamente
frecuente en Madrid. Así, los Machado y su numerosa prole —como han escrito los
literatos José Montero Alonso y su hijo José Montero Padilla— vivieron en un plazo
de dos décadas en numerosos domicilios distintos: entre otros, en las calles de
Churruca, Fuencarral, Santa Engracia, Alcalá, 110 —número que ha desaparecido
de la calle, que pasa del 108 al 114— y la inicial de Claudio Coello en el
número 16, muy cerca del portal 25; precisamente en este edificio residieran
tres décadas antes que los Machado Gustavo Adolfo Bécquer y, también, Emilia
Pardo Bazán, así como en la aún conocida como calle Ancha de San Bernardo,
donde se encontraba la Universidad Central en la que cursaría y culminaría la
carrera de Filosofía.
Amistad con Lorca y Baroja, cartas con Unamuno
Fuente de los jardines de Moncloa donde Machado quedaba con su amada.
/ claudio Álvarez
Otro de los domicilios
madrileños de Machado estaría en el arranque de la calle de General Arrando, en
el número 4, donde figura una placa en su memoria; esta vía fue llamada tras la
Guerra Civil y hasta la Transición, del General Goded, golpista alzado y se
encuentra muy cerca de la plaza de Chamberí y no lejos de la calle de General
Martínez Campos, donde tuvo su sede, hoy sustituida por un moderno edificio, la
Institución Libre de Enseñanza. En dependencias de la Institución Antonio
completaría sus estudios. De aquella época data su amistad con intelectuales
como Federico García Lorca y la intensa correspondencia que mantuvo con Miguel
de Unamuno.
Tras conocer en Soria a la
jovencísima quinceañera Leonor Izquierdo y casarse con ella cuando él contaba
34 años, residen durante su luna de miel en la casa de Ana Ruiz, madre de
Machado, en la Corredera Baja de San Pablo, 20. Previamente, el poeta
frecuentaría numerosas tertulias de cafés como el llamado Fornos, en la calle
de los Peligros, donde se hiciera famoso el perro Paco —que asistía a corridas de toros y a obras teatrales—. De
igual modo, frecuentaba el café de Las Salesas, donde sería retratado por el
renombrado fotógrafo Alfonso; también asistía o impartía conferencias en el
Ateneo de la calle del Prado, que a la sazón bullía culturalmente entre una
intensa e incesante actividad intelectual y política.
Calle de Corredera Baja de San Pablo, donde vivió Machado. / cristóbal
manuel
Moncloa, un jardín para soñar
Sin embargo, el paraje con el
que más se identificaría el poeta de cuantos en Madrid frecuentara fue el
formado en torno a los jardines del palacio de La Moncloa, una antigua posesión
del marqués del Carpio que databa del siglo XVII, enclavada sobre uno de los
paisajes más amenos de cuantos la ciudad y sus alrededores poseen. Su enclave
parece casar con el refinadísimo gusto del marqués, uno de los principales
coleccionistas de arte de todos los tiempos. ¿Por qué Machado se identificó
tanto con los jardines del palacio? Primero, porque entonces, 1932, eran
jardines de aristócratas abiertos al público por las autoridades republicanas a
los que la gente comenzaba a tener acceso. Y segundo, porque fue allí donde
vivió las horas más intensas de su amorío con Pilar de Valderrama, la musa que
bajo el nombre de Guiomar despejaría
algunas de sus tribulaciones tras la muerte de la jovencísima Leonor Izquierdo
Cuevas en Soria donde, como profesor de Francés, Machado había sido destinado. Fuentes,
fuentecillas, pérgolas y vergeles de los jardines madrileños de La Moncloa
dieron color y vida a aquel amor arrebatado hacia Guiomar, al que accedía
Antonio desde otro de sus domicilios, en la avenida de la Reina Victoria, en
Cuatro Caminos, donde tomaba un tranvía que hasta allí le llevaba.
Tras un destino en Baeza (Jaén)
y otro muy fructífero en Segovia, que duraría 13 años, Antonio regresa a Madrid
y en 1932 gana la cátedra de Francés en el Instituto Calderón de la Barca,
entonces en el paseo de Areneros, hoy Alberto Aguilera, y en el Instituto
Cervantes, con distintas secciones. En este instituto madrileño, donde Machado
dio Francés, impartiría clases de Filosofía María Zambrano y de Dibujo, Daniel
Vázquez Díaz.
Tertulias y cafés
Por las tertulias madrileñas,
por los salones literarios y por los teatros y cines, estrechamente
comprometido con la causa republicana, más si cabe cuando declinaba la
posibilidad de victoria durante la guerra civil, desplegaría Antonio Machado su
genio poético, bañado por la hermosura andaluza primero, herido luego por la
sobria belleza castellana y por un amor siempre añorado, dolencias éstas que
combatió con un verbo primero pinturero y modernista, al cabo íntimo y, a la
postre, signado por el compromiso con la dolorida realidad social de la España
de entonces.
Pese a haberse atrevido, como
el enciclopedista Jean Jacques Rousseau, a “ser tildado de malo por haber osado
creer que el ser humano es naturalmente bueno”, la saña ideológica del
franquismo se cebaría con él: tras la Guerra Civil, Antonio Machado Ruiz,
quizás el más alto poeta español contemporáneo, sería en 1939 expulsado post mortem de su cátedra madrileña. No
sería rehabilitado en ella hasta 1981, ya en democracia.
Hoy, su cuerpo reposa exiliado
en el cementerio de la localidad fronteriza francesa de Colliure, pero su
nombre y su poesía —«honda palpitación del espíritu» la definió el antólogo
José Montero— resuena en los frontis y los patios de escuelas madrileñas, donde
su verbo sustantivo, bañado por la luz de los cielos altos de Castilla late aún
en los corazones adolescentes.
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