lunes, 26 de octubre de 2020

Comentario de texto para el viernes 30 de octubre

    En una época anterior en que “mi mundo” se disgregaba (se iba a la mierda directamente), hallé cierto consuelo en estudiar la historia cultural de la melancolía. Leí todo lo que caía en mis manos, ensayos clásicos y modernos, investigué para conocerme a mí misma.
    Aunque habitualmente se usa como sinónimo de tristeza o depresión, lo cierto es que es mucho más que una afección del alma o la psique: la melancolía es un concepto vertebrador de épocas enteras y motor de creación, mucho más de lo que se imagina.
    He afirmado entonces y ahora que es, más allá de un síntoma de carácter, una forma de conocimiento del mundo, un visaje del pensamiento: el melancólico, la melancólica, no son seres oscuros abismados u obsesionados con la muerte. Antes, es alguien que conoce profundamente la impotencia del ser humano y el desastre que lo circunda, y aun así insiste en confiar en el futuro; a pesar de tener todas las señales en contra, a pesar de la deriva autodestructiva  y a pesar de sí mismo. Hay ejemplos de guerrilleros melancólicos y de luchadoras melancólicas que fueron, en esencia, seres divididos entre la derrota anticipada y la necesidad de sentir agarre en este mundo.
    Agarre. El melancólico lleva dentro una ausencia. La condición melancólica es la experiencia del agujero metafísico del que brota la tristeza. Lo que anhelamos es eliminar ese hueco que sentimos entre nosotros y las cosas, hacer patente esa vinculación necesaria para respirar y vivir entre nuestros semejantes. Perseguimos aferrarnos a esa interconexión, mantenernos atados al mundo y sus batallas, para no soltarnos en el espacio frío que es la existencia. Ese agujero, esa distancia, se intenta llenar con mil estrategias: solidaridad, ideales, justicia (o hambre de la misma) y nunca se consigue del todo, pero se insiste. Si algo es el melancólico es un tozudo. Mi melancolía favorita está hecha de ese impulso, nacido en el mismo centro del pecho, por acortar la distancia (y el dolor que produce) y comprometerse con el prójimo.
    Prójimo es una palabra bella: similar a vecino, cercano, semejante. Cuando el confinamiento nos impuso esta otra distancia, pensé mucho en esta palabra. “Prójimo” como “cualquiera que se me parece”. Como cualquiera que puede ser infectado. Ellos, yo, no hay distancia para ese pedacito de proteína que nos enferma. Confiar en el prójimo. Cuidar del prójimo. La pandemia podría haber puesto de relieve algo así de evidente, y por un tiempo existió la oportunidad. Pero, a siete meses, muchas de las respuestas políticas y sociales han consistido en lo contrario: desvincularnos.
    Se ha echado la culpa a nacionalidades o grupos raciales, se ha abandonado a los viejos, se han creado campos de encierro para enfermos, se ha dejado a su suerte a villas y guetos, se quiere dividir ciudades en barrios, se ocultan los condicionantes y se lavan las manos. Se insiste en los jóvenes, los niños, en cualquier “otro” intercambiable, repentino y demonizado. Se apela a la “responsabilidad individual” mientras se deshacen uno a uno los lazos que nos corresponde a todos mantener. En esta lenta crisis que se nos echó encima, a algunos les interesa acabar con toda solidaridad.
    La melancolía me arrasa a medida que se patenta ese mundo. La “responsabilidad individual” que afrontamos es esta: reaprender a vivir juntos, impedir que desmantelen los lazos. El melancólico puede vivir en un mundo imperfecto, lo que nadie puede afrontar es un mundo en que “no hay alternativa”.
    (Carolina León, «Elegía de los comeflores melancólicos», El Salto, 22 de octubre de 2020)


Comentario de texto resuelto (por un alumno): «Elegía de los comeflores melancólicos» de Carolina León.

1a) El tema es la reivindicación de la melancolía como forma de solidaridad y vinculación social.

Su estructura es inductiva, puesto que la tesis sobre lo que se piensa de la melancolía se focaliza al final; y con progresión de tema evolutivo.

1b) En su estructura, el texto está formado por 39 líneas dispuestas en prosa y divididas en siete párrafos no demasiado extensos.

En cuanto al plano fónico-gráfico, se caracteriza por una enunciación fundamentalmente enunciativa, entrecortada con algunos breves paréntesis aclaratorios, y el uso de comillas para destacar palabras.

Para continuar con el plano léxico-semántico, se puede observar la presencia de varios campos semánticos relacionados con el tema del texto: uno relativo a lo emocional («tristeza, depresión, psique, melancolía») y otro ligado al valor de la solidaridad («prójimo, vecino, cuidar, solidaridad»). Por otra parte, se aprecia que el registro del texto es estándar, si bien con alguna expresión coloquial —por no decir vulgar— como la de la línea 1, o algunas palabras cultas, como «visaje» o «afección». Aunque en el resto del escrito abunda un léxico abstracto, propio de un texto argumentativo en el que, además, son importantes las funciones representativa y expresiva. Algunas expresiones connotativas, precisamente, también aportan subjetividad al texto: «mi mundo», «guerrilleros melancólicos», «pedacito de proteína»... Reflexión aparte merece el título del texto, donde aparece el término «comeflor», claramente valorativo: persona soñadora, hippie, que intenta llevarse bien con todo el mundo.

Ya en el plano morfosintáctico, se puede destacar la abundancia de verbos en forma impersonal («se quiere, se insiste, se apela») o el uso de pasivas reflejas («se ha echado, se usa, se deshacen»). Más allá de ello se pueden encontrar terceras personas («lleva, circunda») y, sobre todo, el verbo copulativo «es». Estas características sintácticas descritas aportan un tono impersonal que trata de dar visos de objetividad a lo que plantea la autora; sin embargo, también existen marcas de subjetividad, como el uso de la primera persona —tanto de singular como de plural— («hallé, investigué, he afirmado, perseguimos»...). Por otro lado, en cuanto a los tiempos verbales empleados, se hallan numerosos verbos en presente atemporal («es, hay, perseguimos»), pretérito perfecto compuesto —lo que denota que trata ciertos temas y hechos actuales— («he afirmado, ha echado, han creado») y, en menor medida, otros tiempos del pasado, como el pretérito perfecto simple («hablé») o el pretérito imperfecto («disgregaba», «iba», «caía») cuando habla sobre experiencias personales.

Por último, en lo tocante al plano pragmático-textual, se pueden encontrar diversos mecanismos de cohesión, tales como la elipsis (entre las líneas 5 y 7, la palabra melancolía no aparece pero el párrafo trata sobre este concepto), la repetición (la palabra anterior aparece siete veces; y la palabra «prójimo» cinco veces). En cuanto a la deixis, se encuentra una externa al final del quinto párrafo: «en siete meses», que hace referencia a todo el periodo de la pandemia si contamos hacia atrás desde la fecha de publicación del artículo (22 de octubre). Otra externa importante es cuando se refiere a «algunos» hacia el final del sexto párrafo, que remite a las personas que no buscan una respuesta solidaria a la actual crisis. Deixis interna anafórica como el «lo» de «el desastre que lo circunda» que remite a «ser humano». Hay pocos marcadores textuales: alguno temporal y el «Aunque» que abre el párrafo 2, que es de oposición. Asimismo, el texto tiene una serie de inferencias, esto es, de información que la autora da por supuesta, por ejemplo, en el penúltimo párrafo se alude a los acontecimientos sobrevenidos por la pandemia, y en la última línea, la afirmación totalizadora «no hay alternativa» como muestra de la visión que mucha gente tiene del mundo, pronunciada por Margaret Thatcher unos cuarenta años atrás.

En cuanto a los elementos estilísticos, se puede mencionar que dos párrafos empiezan analizando la palabra con la que han acabado el anterior, generando un efecto cascada. O los símiles con los que se vincula la palabra «prójimo». Bastante literario es el título, en el que se menciona una subgénero de la lírica como es la elegía.

1c) Se trata de un texto argumentativo, ya que, por todo lo analizado anteriormente, se puede concluir que la función predominante es la expresiva (visión particular de la autora sobre lo que es la melancolía), la apelativa (emplea bastante el pronombre «nos» para hacernos partícipes de lo que plantea) y el objetivo del texto es la defensa de una tesis: la importancia de la melancolía en la sociedad actual y como constructora de solidaridad).

Por otra parte, en cuanto a la tipología textual, se ve que es un artículo de opinión, puesto que aparece publicado en El Salto, tiene una extensión relativamente grande y expresa las ideas de la autora sobre un asunto no exactamente actual. No obstante, precisamente por este carácter abstracto (casi filosófico) de lo que sostiene, podría encuadrarse en el ámbito humanístico.

2) En primer lugar, la autora describe su visión particular del concepto de melancolía, como punto de partida de su argumentación. Después analiza las características de los melancólicos, reivindicando su valor. Prosigue su análisis señalando los valores de cohesión social que da la melancolía, más en el actual escenario epidemiológico, y criticando ciertas actitudes insolidarias. Finalmente, concluye con una visión en la que destaca el valor solidario de la melancolía como única respuesta posible.


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