miércoles, 29 de abril de 2020

Fernando Beltrán: Stevenson

Este curso, el poeta homenajeado por el Ayuntamiento de Leganés es FERNANDO BELTRÁN, un ser curioso porque además de escritor es inventor de palabras. Por razones evidentes, no va a poder visitarnos ni hablar con nosotrxs en el encuentro que se suele celebrar por estas fechas en el salón de actos del Saramago. Pero él ha decidido mantener el encuentro con nosotrxs a través de una serie de vídeos en los que nos recita algunos poemas suyos y algunos poemas de otros y nos cuenta qué significa para él ser poeta. Os adjunto el primero de ellos.
Me gustaría que escribierais algo a partir de este audiovisual. Algo relacionado con la escritura, o con la poesía, o con los columpios de la infancia o con los faros o con los muros o con los viajes... No tiene por qué ser un texto, puede ser un dibujo, un collage, una fotografía, otro vídeo, una canción... pero también puede ser un texto: una redacción, un cuento, un poema (haiku, soneto, verso libre, silva, romance, sextina, etc.), una noticia, un ensayo, un aforismo, una reflexión...


lunes, 27 de abril de 2020

Un poco más de lo mismo

Cuelgo este texto de Isaac Rosa (aunque ya sé que me repito un poco en el mismo autor) que tiene que ver tan de cerca con lo que nos está pasando, pero desde una perspectiva cercana a los manuales de instrucciones del argentino Julio Cortázar.

Instrucciones para odiar a Fernando Simón

Los odiadores de Fernando Simón se multiplican en la política, los medios y las redes. Si piensas que es difícil odiarlo, sigue estos sencillos pasos

Isaac Rosa, el diario.es, 21 de abril de 2020

Estoy harto, estoy cabreado, estoy asustado, y necesito yo también un chivo expiatorio en el que volcar las emociones negativas del confinamiento. Así que he decidido apostar sobre seguro: me sumo a la corriente de odio que en las últimas semanas recorre la vida política y mediática: el odio a Fernando Simón.
Ojo, que hablo de "odio", no de críticas, reproches u objeciones. Así que no se me den por aludidos los críticos razonables de la labor del director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias. Hablo de ODIAR, con todas las letras, y respetando la definición precisa del diccionario: "antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea".
No sé si te ha llegado la onda, pero los odiadores de Fernando Simón se multiplican en la política, los medios y las redes. Sí, a mí también me parecía sorprendente tanta inquina, hasta que me he unido a ellos. Si como yo, también tú quieres odiarlo aunque sea por un rato, te ofrezco un método rápido. Quizás piensas que es difícil odiar a Simón, pero con estos sencillos pasos lo conseguirás:
1.- No sigas las comparecencias de Fernando Simón. Desconecta desde ahora mismo, o no conseguirás odiarlo. El tipo lleva dos meses dando la cara a diario, explicando con paciencia, sencillez y pedagogía asuntos complejos y controvertidos a una audiencia en shock, dando la cara por el equipo al que pertenece, asumiendo errores propios y ajenos, y respondiendo preguntas de la prensa. Si lo ves a diario, caerás en su hechizo, te parecerá un tipo agradable, cercano, incluso simpático. ¡Aléjate de él! Puedes acabar pensando que, aun con todas sus equivocaciones, está haciendo un buen trabajo en un momento tan difícil. Así que deja de verlo. Sustituye las largas comparecencias por cortes de vídeo sacados de contexto: ¡Fernando Simón riéndose de los muertos! ¡Fernando Simón asegurándonos que esto sería una gripecilla! ¡Fernando Simón diciendo una cosa y la contraria! ¡Fernando Simón tosiendo sin taparse con el codo! Cuando hayas completado los siguientes puntos, podrás volver a ver sus comparecencias, que entonces te servirán para consolidar y acrecentar tu desprecio.
2.- Olvida quién es Fernando Simón y de dónde viene. Olvida su currículum, sus servicios prestados, su prestigio. Olvida los años que lleva en el cargo, y los gobiernos para los que ha trabajado. Olvida quién le nombró. Piensa mejor que es un incapaz, un inepto, una catástrofe con patas. Si no lo consigues, no pasa nada: reconoce que es un tipo preparado, pero servil. Un títere al servicio del gobierno. Las dos opciones valen. Win-win.
3.- Aplícale un buen sesgo retrospectivo: todos sabían lo que iba a pasar, menos él. Más aún: todos sabíamos lo que iba a pasar, menos él. Todos los expertos vieron venir la pandemia, menos Fernando Simón, que infravaloró las señales. Todos los epidemiólogos alertaron de millones de contagiados y miles de muertos, pero Fernando Simón no los escuchó. Todos los organismos internacionales pidieron que los países se preparasen para la mayor crisis planetaria en un siglo, pero Fernando Simón dijo que tranquis. Todo el mundo sabía que sería una masacre ir a las manis del 8 de marzo, pero Fernando Simón nos animó a ir.
4.- No mires lo que sucede en otros países, cómo otros gobiernos gestionan la crisis. Ni caso a los que dicen que todos han llegado tarde, incluso más tarde que España, y que la diferencia de impacto no está en la falta de previsión sino en otras causas estructurales o políticas previas (la inversión en sanidad e investigación, por ejemplo). No atiendas a quienes reconocen el esfuerzo de España (de su ciudadanía confinada sobre todo) para controlar el estallido y revertirlo poco a poco (muy poco a poco, sí). Y deja de mirar las cifras de muertos por países, no sea que otros nos acaben adelantando y nos chafen el odio.
5.- No disculpes ni un error, ni de Simón, ni del resto del equipo de crisis, ni por supuesto del gobierno. No concedas nunca el beneficio de la duda. Castiga por igual los titubeos iniciales para tomar medidas o la gravísima desprotección de los trabajadores sanitarios, que un malentendido en una rueda de prensa, o una medida torpe y en seguida rectificada (¡los niños en el súper!). No aceptes en ningún momento que puedan ser humanos falibles, sometidos a enorme presión, desbordados por la peor crisis en décadas, agotados, tomando decisiones en tiempo real y sin precedentes ni experiencias a seguir. ¡Leña al mono!
6.- No te fijes en quiénes son sus odiadores. Insisto: no sus críticos, hablo de sus odiadores. Quiénes son los políticos y periodistas que en los últimos días han dicho todo esto de Fernando Simón: irresponsable. Supuesto experto. Epidemiólogo celebrity. Inepto. Negligente. Mentiroso. Adoctrinador de niños. Al servicio del socialcomunismo. Servil. Marioneta. Muñeco de ventrílocuo. Siniestro. Sinvergüenza. Indecente. Doctor Muerte. Psicópata. Imbécil. Payaso. Monigote ridículo. Mamarracho. No quieras saber quiénes han pronunciado todos esos calificativos que he recogido de intervenciones, columnas, tertulias o tuits, no sea que no te guste estar en el mismo equipo con ellos.
Si has seguido estos seis sencillos pasos, enhorabuena: ya puedes odiar a Fernando Simón. Si aun así se te resiste y todavía te entran ganas de darle las gracias y un abrazo (¡distancia social, recuerda!), lo sentimos. Tendrás que conformarte con criticarlo, a él y a su equipo y al gobierno para el que trabaja, seguir señalando sus errores pasados y los que vendrán, y esperar pacientemente a cuando pase la urgencia y estemos en condiciones de exigir responsabilidades, y también ceses, incluido el del propio Fernando Simón. Si es que no dimite él antes, que bastante está aguantando.

viernes, 10 de abril de 2020

Una tía cualquiera

Esta vez no voy a decir de quién es este texto (aunque lo podéis buscar) ni de dónde lo he sacado (también lo podéis encontrar). Me interesa esta historia, como la de tantas otras personas que estos días se nos van, para que —de nuevo, voluntariamente— escribáis una carta a alguien muy queridx para vosotrxs, contándole por qué lo es. No tiene por qué ser mayor. Para que, esta vez, quizás, se la podáis hacer llegar y contarle lo importante que es para vosotrxs.

La tía Celia

La tía Celia no era una tía cualquiera. Era de esas personas que en una familia se convierten en imprescindibles. Por su carisma, por su capacidad de juntarnos, por ser la estrella de la sobremesa, por su memoria prodigiosa para recordar películas, actores, actrices, canciones… y anécdotas, que pedíamos que repitiese aunque las hubiésemos escuchado decenas de veces. Porque sabíamos que íbamos a acabar otra vez llorando de la risa. La recuerdo con el pañuelo por debajo de las gafas, secándose las lágrimas. “Tía, cuéntanos el día que ibais por carretera y era de noche y buscabais una pensión…”. “Pues nada, que íbamos desesperados buscando sitio donde dormir, anochecía, y a lo lejos vimos un cartel, y todos los del coche emocionados: ¡Pensión, pensión! Y cuando nos acercamos… ¡‘Pienso’, ‘Pienso’! es lo que ponía allí!”. Escrita pierde la anécdota. Pero contada y adornada por ella, les aseguro que no.
Cuando era pequeño se estilaba lo de ir a visitar a los primos y a los tíos. Un día y a una hora concreta de la semana. A casa de la tía Celia íbamos los domingos después de comer. Vivía con el tío Pedro y sus tres hijos en el último bloque de Bellvitge, top en el ranking de barrios dormitorio de Catalunya.

La paradoja es que la tía Celia, que nos juntaba a todos, se ha ido sola; como tantos muchos otros

Pero para mí, ir a Bellvitge no era ir a un barrio dormitorio. Era ir a otro mundo. Vivían en el piso número 12. Y desde la ventana de mi tía las vistas eran increíbles. Imagínense a esa altura: cómo se veía la autovía de Castelldefels, o el hospital de Bellvitge, o el aeropuerto de El Prat… Y los campos, sí, sí, campos con actividad agrícola, donde hoy está el estadio del Hospi o el parking del hospital. Aquella ventana, en los ochenta, era mi Play o mi Nintendo. Me podía pasar horas mirando por ella.
Nuestra visita del domingo tenía un sentido. Mi abuelo, que vivía en Cornellà con la tía Salud (otra crack), iba los domingos a comer al piso de la tía Celia. Y se volvía con nosotros. Yo aprovechaba la siesta de mi abuelo Pedro para robarle Sugus. Y mi tía se partía viendo como se los sisaba del bolsillo de su chaqueta.
Justo detrás del bloque de la tía Celia había un parque, y en medio del parque, una pequeña ermita. Allí se casaron algunos de mis primos. Porque antes los primos se casaban. Para la historia familiar quedará la boda de Pedro Luis, en medio de un diluvio, y con el cura oficiando con botas de agua y tejanos. La tía Celia siempre sostuvo que aquella ceremonia, con aquel cura y aquellas pintas, no tuvo validez. Aunque Pedro Luis y Mari Nieves siguen felizmente casados.
Cuando crecimos, las visitas a Bellvitge dejaron de ser tan frecuentes, pero con los años, la tía Celia, la tía Salud y mi madre se inventaron la excusa para juntarnos: un cocido extremeño en “el terreno”. El terreno era lo que ahora más finamente llamaríamos la segunda residencia. En los ochenta se iba al terreno , porque era lo que se compraba, un terreno. Allí el tío Pedro y el tío Marcelino (que se fue demasiado pronto) se hicieron unas casitas, con su huerto. Celebramos varios años el cocido, hasta que la tía Celia tuvo un ictus. Y ya nada fue lo mismo. Aunque a veces nos sorprendía con recuerdos del pasado que evocaba con la lucidez que siempre tuvo.
Quiero agradecer el ejemplo que nos han dado la tía Salud, mi padre, mi madre y mis primos, que no han permitido que la tía Celia pasase ni un solo día sin ser visitada en la residencia. Hasta que llegó el confinamiento.
La paradoja es que ella, que nos juntaba a todos, se ha ido sola. Como tantos muchos otros. Exageradamente demasiados. Es la cara más cruel de esta pandemia. Que estas líneas también sirvan de recuerdo para todos ellos.
Habrá que ir pensando en un cocido en el terreno, o donde sea, para juntarnos y despedirla como se merece. Comiendo, bebiendo, riendo y cantándole la canción garrovillana de San Antón, de la que todavía no se había olvidado.




[En este caso, no quiero que hagáis un comentario de texto. Aunque aprovecho para señalar el uso tan connotativo de la palabra «terreno».]