Ahora que el dolor y los nombres de los heridos y los muertos dejan paso a las preguntas, la necesidad de explicaciones y las reparaciones, ahora, que es el momento para que hablen los políticos y los gobernantes (y no antes, cuando la atención y las medidas debían centrarse en las víctimas), ahora es el tiempo para reflexionar sobre los porqués. No el mayor y más desgarrador, por qué a esa hora, por qué ese hombre, esa muchacha, por qué el fin de una vida joven y sin culpas mayores. No existe razón para ninguno de esos doscientos muertos, ni para la amputación bárbara de pies y manos, ni para el recuerdo perenne de los vagones retorcidos. No la hay, salvo que la vida es imprevisible y cruel pese a nuestras construcciones imaginarias y nuestros consuelos de rutina y tranquilidad, que sabemos que habrá un fin pero no tenemos el menor poder para preverlo o atenuarlo.
Sin embargo, si como algunas de las pruebas apuntan, como la mayor parte de los diarios internacionales parecen creer, nos encontramos frente a un atentado islamista, habrá otros porqués; los terroristas habrán pasado por alto las manifestaciones populares, el no a la guerra de hace un año, para vengarse de la decisión política que se tomó sin escuchar el rechazo general, y eso nos los hará aún más crueles y sanguinarios. Como españoles, la mayor parte de nosotros podíamos comprender el odio y el ataque a los estadounidenses, no hacia nosotros. Pero nada real hicimos para detener esa guerra. No exigimos un referéndum, no se paralizó el país durante días, ni siquiera se censuró esa política en las elecciones municipales. Quizás porque la catarsis de las manifestaciones masivas nos dejó satisfechos, quizás porque tradicionalmente somos un pueblo pasivo, resignado a los tejemanejes políticos y poco participativos. Quizás porque las posibilidades de inversión en Afganistán e Iraq eran tan interesantes que no se podía prestar atención a ninguna queja.
Fuimos parte agresora en esa guerra, con una actitud muy similar a la de los americanos; lamentábamos las víctimas, pero se libraba lejos de nuestro territorio. Y la percepción de sentirnos en contra, de habernos mostrado en contra, nos hacía desvincularnos de las decisiones políticas, como si los españoles que colaboraban con Inglaterra y EE UU no fuéramos nosotros.
Lo éramos, y al participar en esas matanzas nos pusimos en peligro. Nunca se entra en una guerra impunemente. Nada puede justificar una muerte, pero por ello mismo todas las muertes son iguales. La del afgano y la del Pozo. La del niño iraquí y la del bebé número 199.
No nos lo merecíamos, pero no somos una sociedad inocente. Sí ciega, sí poco reflexiva, sí ensoberbecida con nuestros pequeños logros en el mundo. Michael Moore, en sus dos ensayos sobre la política estadounidense habla de cómo los americanos no acaban de entender por qué el resto del mundo les odian. Nosotros, al parecer, tampoco lo comprendemos: por desgracia, por nuestra culpa, tienen muchas razones.
Sin embargo, si como algunas de las pruebas apuntan, como la mayor parte de los diarios internacionales parecen creer, nos encontramos frente a un atentado islamista, habrá otros porqués; los terroristas habrán pasado por alto las manifestaciones populares, el no a la guerra de hace un año, para vengarse de la decisión política que se tomó sin escuchar el rechazo general, y eso nos los hará aún más crueles y sanguinarios. Como españoles, la mayor parte de nosotros podíamos comprender el odio y el ataque a los estadounidenses, no hacia nosotros. Pero nada real hicimos para detener esa guerra. No exigimos un referéndum, no se paralizó el país durante días, ni siquiera se censuró esa política en las elecciones municipales. Quizás porque la catarsis de las manifestaciones masivas nos dejó satisfechos, quizás porque tradicionalmente somos un pueblo pasivo, resignado a los tejemanejes políticos y poco participativos. Quizás porque las posibilidades de inversión en Afganistán e Iraq eran tan interesantes que no se podía prestar atención a ninguna queja.
Fuimos parte agresora en esa guerra, con una actitud muy similar a la de los americanos; lamentábamos las víctimas, pero se libraba lejos de nuestro territorio. Y la percepción de sentirnos en contra, de habernos mostrado en contra, nos hacía desvincularnos de las decisiones políticas, como si los españoles que colaboraban con Inglaterra y EE UU no fuéramos nosotros.
Lo éramos, y al participar en esas matanzas nos pusimos en peligro. Nunca se entra en una guerra impunemente. Nada puede justificar una muerte, pero por ello mismo todas las muertes son iguales. La del afgano y la del Pozo. La del niño iraquí y la del bebé número 199.
No nos lo merecíamos, pero no somos una sociedad inocente. Sí ciega, sí poco reflexiva, sí ensoberbecida con nuestros pequeños logros en el mundo. Michael Moore, en sus dos ensayos sobre la política estadounidense habla de cómo los americanos no acaban de entender por qué el resto del mundo les odian. Nosotros, al parecer, tampoco lo comprendemos: por desgracia, por nuestra culpa, tienen muchas razones.
(Espido Freire, «Ceguera», La Razón)
1a
El tema es la responsabilidad de España sobre su participación en la guerra de Iraq y el posterior atentado terrorista del 11M.
La estructura del texto es inductiva, puesto que la tesis se presenta al final.
1b
En la estructura externa observamos varios párrafos (cada vez más cortos) escritos en prosa, y, entre paréntesis, el nombre de Espido Freire, emisora del texto, el título y el periódico donde fue publicado.
Para seguir con la estructura interna, en el plano fónico-gráfico observamos un paréntesis en el primer párrafo, que emplea la autora para hacer unas aclaraciones; predomina la entonación enunciativa, aunque hay algunas oraciones dubitativas que evidencian la función expresiva —lo que sirve a la argumentación—, junto a interrogativas indirectas —que, con su función apelativa, también contribuyen a argumentar.
Continuando con el plano léxico-semántico, observamos el uso de términos cargados connotativamente (matanzas, desgracia) y una adjetivación valorativa (pasivo, desgarrador) sirven para mostrar la subjetividad de la autora y tanto su rechazo ante la ceguera de la sociedad española como su tristeza ante los acontecimientos del atentado del 11 de marzo de 2004. Además aparecen una gran cantidad de sustantivos abstractos (dolor, culpa) que hacen visible el carácter generalizador de la reflexión de Espido Freire, lo que acerca este texto al ensayo. Aparecen varios nombres propios (Michael Moore, Inglaterra, Afganistán) y gentilicios, rasgos propio de textos periodísticos, ya que sitúan al lector en el contexto de su realidad. El registro empleado es estándar, con alguna palabra menos común (como catarsis) pero, en general, el lenguaje necesario para que los lectores entiendan el texto. Hay diversos campos semánticos como el de la guerra o el terrorismo (atentado, sanguinario, heridos, víctimas...), el de la política (gobernantes, políticos, referéndum), que dan cohesión al conjunto.
En cuanto al plano morfosintáctico, encontramos diversos aspectos interesantes: en primer lugar, el uso de la primera persona del plural en pronombres (nos) y verbos (podíamos), con los que la autora hace partícipes a los lectores de sus ideas —función apelativa, texto argumentativo—. En cuanto a los tiempos verbales usados, destaca algún presente atemporal (es) con el que Espido Freire reviste sus propias opiniones como verdades irrefutables, así como la abundancia del pretérito perfecto simple (hicimos) y el pretérito imperfecto (merecíamos) para conectar el pasado con el presente. La sintaxis es compleja: hay yuxtaposición, coordinación y subordinación para hilar mediante razonamientos lógicos el discurso, y que resulte bello y elaborado.
En el plano pragmático-textual, podemos decir que es un texto coherente, puesto que tiene tema y estructura, adecuado, por tratarse de la opinión reflexiva de una escritora en un diario español y ser un asunto de interés (especialmente cuando se publicó, puesto que los atentados del 11M eran un suceso reciente), y está cohesionado de diferentes maneras. En primer lugar, mediante los mencionados campos semánticos, así como repeticiones (guerra, cruel), deixis externas (ahora) e internas anafóricas (pronombre la en la línea 6), y marcadores textuales, entre los que destacan los adversativos (pero, sin embargo) característicos —de nuevo— de la argumentación. Emplea asimismo el argumento de autoridad cuando cita a Michael Moore casi al final. La relación emisor-receptor es la de una autora que incluye, e incluso intenta provocar cierto sentimiento de culpa, o dudas, en sus potenciales lectores (españoles) sobre quién tuvo la culpa de aquellos atentados, o si la ciudadanía no supo aceptar/reconocer su responsabilidad en el conflicto armado con Iraq.
En cuanto a las inferencias, el final del segundo párrafo está cargado de ellas: ¿somos los españoles tan indolentes y pasivos, como plantea la autora? ¿Qué es lo «real» que podríamos o tendríamos que haber hecho para impedir la guerra?, ¿hubiera servido de algo...? Estas preguntas darían para varios comentarios de texto aparte.
El texto, que está dotado de un visible carácter literario —rasgo que comparte con el ensayo—, presenta unas cuantas figuras literarias. Entre ellas, varias enumeraciones como la del primer párrafo con el adverbio ahora. Paralelismos, como en la línea 21, polisíndeton en la 5, y anáforas como la del final del segundo párrafo. Todo ello contribuye a remarcar el estilo literario de la autora, que es una conocida novelista, ganadora del premio Planeta en 1999, para hacer más atractivo su escrito.
1c
La modalidad del texto, sostenida en la subjetividad de sus argumentos, el uso connotativo del lenguaje, la inclusión de los lectores mediante la 1.ª persona, y mucho de lo analizado en la pregunta anterior, es argumentativa. En cuanto a la tipología, se trata de un texto periodístico, ya que apareció publicado en La Razón, diario español de tirada nacional, y por su extensión, se puede afirmar que se trata de un artículo de opinión.
2
Espido Freire comienza haciendo referencia a la injusta pero inevitable desgracia que significaron los atentados islamistas del 11M. Después reflexiona sobre las causas de dicho suceso. Para ella la respuesta está en la inconsciencia de los españoles (ciudadanía y clase dirigente) ante lo que suponía apoyar la guerra de Iraq. No rechazar esas operaciones militares nos hizo cómplices de dicho conflicto, y por lo tanto, las consecuencias terroristas no debían sernos ajenas.
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