Ofender a España
Si digo en voz alta «España», así sin más, sólo quiero decir tres o
cuatro paisajes, unas cuantas ciudades, siete u ocho poetas, un convoy
de canciones, cierta luz de Levante, un puñado de amigos, varios seres
que amo y algún viernes que sabe a ron disuelto en abrazos donde está La
Cibeles. Apenas esto. «Mi país eres tú», aullaba Cernuda. No se puede
ir más lejos. Menos para el Gobierno, que ha pegado una salva siniestra
con la Ley de Seguridad Ciudadana y pretende hacer de España un arca
sagrada que yo no entiendo. Dicen que ofender el palabro podrá ser
multado con 30.000 euros. Una pancarta basta. Un grito quizá, aunque
traiga razón pero venga a destiempo. ¿Qué coño es esto?
Si yo sé algo de la España de ahora es lo que veo en la calle. Una
sociedad altamente ofendida, molturada, traicionada por tipos que hacen
las leyes con puntas de sílex y rinden culto al bozal como los simios al
monolito de Kubrick. Un Estado asentado en la ofensa es un terruño
fallido, una agrupación campamental de castas y tribus. Y en eso
estamos. Tengo a mi alrededor gente honesta asqueada con este presente,
con este país. No van a callarse --y yo voy con ellos--. Desprecian las
coacciones lunáticas de una banda de maulas, blindada en lo político,
que está jugando al gua con la peña. Son los mismos que empiezan
multando pancartas y terminan chapando periódicos. Hay portadas que
pesan más que un grafiti de «puta España». Aquí hemos dado algunas,
acreditadas, que han hecho flipar a lo lejos a la misma Mafia. ¿Eso no
les ofende?
Al Gobierno le faltaba esto para mancharse aún más el apellido. Se
han inventado una forma de entender el país a la manera de las
barricadas. Ellos son los buenos. Nosotros, delincuentes preventivos.
Los de las manifas. Los de las protestas. Los violentos. Los
indocumentados. El ministro Fernández ha puesto al censo entero bajo
sospecha, un capricho muy de policía. Y ha logrado con su ley que España
sea eso que sucede al margen de nosotros, como si estorbáramos.
Lo próximo será que nos detengamos en casa, en familia, cuando alguno
vea a otro en disposición de ofender a la patria, esa droga tan brusca.
A este paso, también prohibirán la gripe y al primero que tosa le
caerán dos hostias. Con su permiso y el de Jabois voy a delinquir
suavecito: vaya mierda de país. Buenos días.
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