Recuerdo bien a ese alumno que tuve hace una década; me contó que había sido un directivo de
agenda colapsada, pero que la vida lo paralizó con un ictus como infausto regalo a los cuarenta.
Al año siguiente de la tragedia, tartamudo y verbalmente desarmado, estaba dándose una nueva
oportunidad en un aula de la Facultad de Filología, estudiando entre compañeros de mesa que no
sobrepasaban la gozosa juventud de los veinte años. Al terminar la época de los exámenes y
viendo llorar a una compañera por una nota, me dijo: «Cuando los veo llorar por un examen,
siento envidia de sus lágrimas».
El pecado de la envidia está muy mal visto y hay consenso teológico y social en que perjudica a
quien lo padece. No obstante, es más absoluto en su definición teórica que en su plasmación
real. La Edad Media alternaba envidia con invidia, una palabra que se acercaba bastante al
aspecto del étimo (in-videre: mirar con malos ojos); los hablantes fueron paulatinamente
poniendo la palabra a jugar con todo tipo de matices, refinaron las formas de mala mirada que
acarrea la envidia. Idearon la forma de nombrar a la envidia sin bilis, esa que llamamos «envidia
sana» y que nuestros antepasados, más píos, denominaban «envidia santa» buscando como
nosotros un modo de blanquear la oscuridad del sentimiento. La envidia entró en expresiones
hechas como comerse o estar verde de envidia y generó numerosos refranes; de hecho, hoy,
cuando ya hemos olvidado qué era la tiña, sabemos que esta enfermedad existió precisamente
porque la hemos ligado a la envidia. Incluso se ha adoptado la palabra alemana Schadenfreude
para designar con sentido técnico el malicioso placer que podemos sentir ante el mal ajeno.
Sí, pocos pecados han sido lingüísticamente tan productivos como este. Sin embargo, tanta
variedad léxica no me ofrece una etiqueta que colgar a la envidia que siento ahora, que podría
llamar «retroenvidia», porque se proyecta sobre mí misma en mi tiempo pasado más inmediato y
lo codicia, como el nublado al celeste del que proviene. Yo miro al mes de febrero de 2020 con
los ojos entornados de retroenvidia por su normalidad sin pandemia: no puedo pensar en ese
tiempo tan cercano sin que sea iluminado por el oscuro rayo de este pecado. Y esa es una
penitencia añadida a mi nueva normalidad. (Lola Pons Rodríguez, «La envidia», EL PAÍS,
19/08/2020)
AQUÍ DEJO UNA POSIBILIDAD DE SOLUCIÓN PARA ESTE TEXTO:
1a. Reflexión sobre la envidia y sus matices. Su estructura es inductiva puesto que la idea principal se encuentra en el último párrafo: tras un primer párrafo en el que parte de una anécdota y un segundo en el que se analiza el origen y usos de la palabra, en el tercero la aplica a una situación concreta de hace cuatro años.
1b. Se trata de un texto escrito en prosa, que consta —como acabo de señalar— de tres párrafos. Hay alguna cita entrecomillada (línea 6), y un paréntesis y algunos términos en cursiva que sirven para poner de manifiesto el metalenguaje.
En el plano fónico tiene una entonación enunciativa.
En cuanto al léxico-semántico, quizás lo más llamativo de este escrito de Lola Pons —reconocida filóloga— es que está atravesado por la palabra que le da título: hasta en 13 ocasiones se utiliza la palabra «envidia». Por otro lado, se puede hablar de dos campos semánticos importantes: el de la lingüística («definición, nombrar, matices, expresiones, refranes») y el de los sentimientos («envidia, codicia, bilis, llorar»). También aparece el de la edad o el tiempo en el primer párrafo. Estos campos vienen acompañados de elementos valorativos («gozosa juventud, penitencia, oscuro rayo, malicioso, píos») que acentúan el carácter subjetivo, y por tanto argumentativo, del texto. El registro utilizado por la autora es estándar, con algún matiz formal («étimo», «variedad léxica», tecnicismos del ámbito de la lingüística). Hay una locución de nuevo cuño: «nueva normalidad», que dio mucho que hablar en 2020. Asimismo, hay un neologismo: «retroenvidia» y una palabra de origen alemán, cuyo significado se aclara al finalizar el párrafo dos. Esto me lleva a llamar la atención sobre la importancia de la función metalingüística, particularmente en ese párrafo.
Si pasamos al plano morfosintáctico, conviene apuntar el uso de la primera persona ya desde la primera palabra: «Recuerdo», tanto singular como plural («yo miro, llamamos, hemos olvidado»), lo que refuerza las funciones expresiva (manifestación del pensamiento de la escritora) y apelativa (plural inclusivo con el que trata de hacernos partícipes a los lectores de lo que está diciendo). Los tiempos verbales más usados son el presente y el pretérito perfecto simple de indicativo. Los periodos oracionales no son demasiado extensos, excepto en el segundo párrafo.
El plano pragmático-textual confirma que la cohesión del texto viene dada por varios factores: en primer lugar, los marcadores («no obstante, sin embargo»); también las deixis (externas: «ahora, hoy», que hacen referencia al tiempo en que se publicó: año 2020; o internas: «esa», en la penúltima línea, catafórica, que hace referencia a penitencia, o «lo», segunda línea, anafórica, que remite a alumno); y la múltiple repetición de la palabra que da título al texto.
En cuanto a los elementos estilísticos, encontramos alguna metáfora, como cuando dice «blanquear la oscuridad del sentimiento», o alguna comparación: «como al nublado el celeste del que proviene». Sí llama la atención del oxímoron: «infausto regalo», que resulta chocante por lo paradójico de lo que propone y la antítesis: «blanquear la oscuridad». Pero no es un texto que abunde en estos elementos, puesto que la autora hace un análisis filológico de la cuestión, situándose fuera de ella, como una científica de la lengua.
1c. Por todo lo expuesto anteriormente, se puede concluir que se trata de un texto argumentativo, con algo de narración en el primer párrafo, y exposición en el segundo: explicación de la etimología y usos de la palabra envidia. En cuanto a la tipología, es periodístico porque apareció publicado en El País, en agosto de 2020, en plena pandemia; y por su extensión —no es excesivamente largo— podría tratarse de una columna.
2. El texto de Lola Pons comienza contando la anécdota de un alumno suyo que tuvo que reinventarse después de sufrir un ictus y usó el término envidia en una frase. A partir de ahí, hace una reflexión sobre la envidia desde sus orígenes etimológicos hasta las expresiones en que se usa. Y concluye haciendo una aplicación vital de la envidia: la que siente por la época prepandemia de febrero de ese mismo año.