lunes, 30 de octubre de 2017
Revisión de la Revolución de 1917
Os dejo en este enlace un artículo que ayuda a pensar en la mesa redonda que tenemos mañana.
viernes, 27 de octubre de 2017
Nuevo comentario de texto para 2.º Bachillerato Humanidades
Metáforas peligrosas: el cáncer como lucha
Ni el metro tiene boca
ni las páginas tienen pies. Y, sin embargo, hablamos de la boca del
metro y de pies de página. Son las metáforas: el mecanismo lingüístico
por el que nos referimos a algo utilizando palabras que, en principio,
usamos para denominar a otro objeto simplemente porque creemos ver entre
ellos una cierta semejanza o paralelismo. Las aberturas en la acera
para bajar al metro nos recuerdan a una boca y la parte inferior de una
página está abajo, como los pies.
Cuando nos hablan
de metáforas solemos pensar en poetas y figuras literarias, pero lo
cierto es que nuestro día a día está cuajado de usos metafóricos. De
hecho, la metáfora es uno de los mecanismos más prolíficos de producción
de nuevos significados, tanto para denominar objetos tangibles como
para hablar de conceptos abstractos: los relojes tienen manecillas, las
revoluciones estallan, la ciencia avanza y el tiempo vuela.
El pasado 19 de octubre se celebró el día mundial contra el cáncer de mama, y, a raíz de la conmemoración, fueron varias
las voces críticas que se alzaron pidiendo abandonar de una vez la tan
manida expresión de referirse al cáncer como si se tratase de una lucha:
El problema de hablar del cáncer en términos de lucha es,
fundamentalmente, un problema de metáforas. Porque la metáfora de la
batalla para hablar del cáncer (o de enfermedades graves y largas en
general) no afecta solo a una palabra en concreto, sino que se extiende a
todas las expresiones que se usan para referirse a la enfermedad: se lucha contra el cáncer, se gana la batalla contra la enfermedad, los pacientes son luchadores, son valientes, no se rinden. La metáfora bélica es ubicua e impregna todo el discurso en torno a la enfermedad.
Y es que el extraño poder de contagiarlo todo es una de las
características de las metáforas. Los usos metáforicos no son elementos
inconexos que van flotando por la lengua a la deriva: al contrario,
las metáforas que se usan en una lengua para abordar un mismo tema
tienden a ser coherentes entre sí y a conformar archipiélagos de
significado que nos permiten atisbar cómo una comunidad de hablantes
entiende el mundo. En español, por ejemplo, nos referimos al tiempo
en términos muy parecidos a las palabras con las que nos referimos al
dinero: el tiempo lo perdemos, lo malgastamos, lo desperdiciamos, lo ahorramos, lo invertimos. El tiempo es oro, o al menos se comporta como él en términos de combinatoria lingüística.
Paradójicamente, las palabras que utilizamos para hablar de dinero
conforman a su vez otro florido ramillete de metáforas que nos sugiere
que, de alguna manera, entendemos el dinero como algo líquido: decimos
que el dinero fluye, que las familias no tienen liquidez, que hay que inyectar capital, que los salarios se congelan, que los bancos cierran el grifo, que las empresas se hunden, que la economía se estanca. Metáforas todas ellas que apuntan en la misma dirección: el dinero es agua.
Cuando una metáfora se ha apropiado de un tema, es difícil que lo deje
ir y suele condicionar las futuras metáforas que surgen en torno a ese
dominio. En los últimos años, hemos visto surgir una aún incipiente pero
prometedora constelación de usos metafóricos constituida por las
palabras que usamos para referirnos a internet: hablamos de internet
como si estuviera físicamente arriba, y por eso subimos fotos a internet, nos bajamos música y guardamos nuestros archivos en la nube.
Lo esperable es que las futuras metáforas sobre internet sigan esta
senda y mantengan la idea de que internet es algo tangible que está
encima de nuestras cabezas.
La belleza de las
metáforas reside en que a través de ellas podemos observar cómo aflora
la conceptualización que hacen del mundo los hablantes de una lengua.
Pero las metáforas entrañan también un peligro: el de que nos atrapen,
hasta tal punto que nos quedemos encadenados a la metáfora hasta que ya
ni siquiera sepamos pensar fuera de ellas. Y esa es exactamente la
crítica de quienes reclaman otras formas de hablar del cáncer más allá
de la narrativa única que representa la enfermedad como si fuese una
batalla. Hablar de la enfermedad en términos bélicos desencadena unas
consecuencias semánticas sutiles pero poderosas: si el cáncer se vence, si los pacientes luchan, si hay una batalla
que librar, si, en definitiva, el cáncer es una guerra, entonces
envuelta en la metáfora se nos está colando subliminalmente la noción de
que la muerte o la convalecencia son formas de fallar, de rendirse, de
perder. De fracasar, al fin y al cabo.
Y es que
creemos que somos amos y señores de nuestras metáforas. Pero, en
realidad, son ellas quienes nos esclavizan a nosotros.
jueves, 26 de octubre de 2017
Poema de Olvido García Valdés
escribir el miedo es escribir
despacio, con letra
pequeña y líneas separadas,
describir lo próximo, los humores,
la próxima inocencia
de lo vivo, las familiares
dependencias carnosas, la piel
sonrosada, sanguínea, las venas,
venillas, capilares
Y adjunto el cartel de la mesa redonda del martes 31 de octubre de 2017 en el Centro Cultural José Saramago, a las 12.00 hs. Entrada libre hasta completar aforo (podéis decírselo a vuestras familias)
despacio, con letra
pequeña y líneas separadas,
describir lo próximo, los humores,
la próxima inocencia
de lo vivo, las familiares
dependencias carnosas, la piel
sonrosada, sanguínea, las venas,
venillas, capilares
Y adjunto el cartel de la mesa redonda del martes 31 de octubre de 2017 en el Centro Cultural José Saramago, a las 12.00 hs. Entrada libre hasta completar aforo (podéis decírselo a vuestras familias)
martes, 24 de octubre de 2017
Comentario de texto
Este es el texto que tenéis que comentar. 2.º Bachillerato. Preguntas 1a, 1b, 1c y 2 de la EVaU:
La luz
Cuando los asuntos adquieren una complejidad tal que parece imposible orientarse para encontrar una salida o concederse una reflexión, conviene regresar al origen. Se especula mucho con la dimensión de una sociedad actual concentrada en las redes sociales y los mecanismos del espectáculo visual. Convertidos los humanos en fotógrafos de sí mismos, elaboran una versión de la realidad manipulada y acotada para dar la imagen soñada de uno a los demás. Pero son tantas las derivaciones y los entrecruzamientos que a ratos muchas personas tienen la sensación de haber sido abandonados en mitad del tráfico de una enorme autopista de la que no saben no ya cómo salir, sino ni tan siquiera cómo ponerse a resguardo. Quizá por todo ello es el momento perfecto para sentarse a mirar las películas que los hermanos Lumière y sus talentosos operadores rodaron por el mundo en el nacimiento del cinematógrafo.
Se ha estrenado en salas la selección de un centenar de esas piezas por debajo del minuto de duración tejida y comentada por Thierry Frémaux. Más allá de los apuntes de la voz y la música superpuesta, no siempre demasiado enriquecedores, asombra que tras noventa minutos tu sensación sea de tal agrado que pensarías que apenas has consumido media hora. Porque uno de los efectos del cine es la suspensión ingrávida del tiempo. Resulta más ligera la sucesión de planos muchas veces estáticos en un blanco y negro primario que la mayoría de las secuencias elaboradas para televisión y cine actual con cientos de cortes y fragmentaciones de segundos. La aceleración nunca fue sinónimo de velocidad sino de confusión, por eso la gente más aburrida suele ser la que corre al hablar, como si le diera miedo que se entienda lo que está diciendo, y en cambio resultan amenos quienes tienden a expresarse con pausa y rigor.
Si aún no han ido a ver la película, corran a hacerlo. Y traten de arrastrar a los jóvenes que, nacidos en la esfera audiovisual, no se han preguntado jamás cómo sería el mundo antes de su retransmisión. En esa mezcla de antropología y placer que es la película ¡Lumière! Comienza la aventura hay contenido un ensayo sobre nuestra era. Nada mejor que remontarse a aquella pureza por mostrar lo que resultaba interesante, con aquellos encuadres y composiciones que arrancaban a proponer un lenguaje nuevo antes del barullo, para entender el efecto que esa invención ha tenido sobre nosotros. Cien años después todos llevamos algo parecido al cajón de los Lumière en nuestro móvil de bolsillo, pero braceamos para salir de la angustia oscura hacia alguna luz.
(David Trueba, El País, 24 de octubre de 2017)
POSIBLE RESPUESTA A LOS APARTADOS 1a, 1c y 2.
1a) TRES REDACCIONES DEL TEMA:
Una: Crítica de la complejidad del mundo actual en contraposición a la sencillez del anterior.
Otra redacción del tema: desorientación ante los cambios tecnológicos (en concreto audiovisuales) y ejemplificado en el cine.
Otra: Posibilidades e interés del cine antiguo (mudo) en contraposición al mundo audiovisual en que vivimos.
1c) TIPOLOGÍA Y MODALIDAD:
En cuanto a la modalidad, es argumentativo: véanse la función apelativa del verbo en imperativo, el tipo de adjetivos, los elementos valorativos, y la subjetividad (intenta persuadirnos de las maravillas del cine mudo, y de la tecnología audiovisual del pasado).
El texto es periodístico, ya que ha sido publicado por un periódico generalista español, El País. Además, por lo expuesto en apartado 1b y en la modalidad, se puede afirmar que es de opinión. Esto a unido a su corta extensión me lleva a concluir que se trata de una columna.
2) TRES POSIBILIDADES DE RESUMEN:
Una: El texto trata sobre las diferencias entre la sociedad de antes y la actual, a raíz de la aparición de las nuevas tecnologías y redes sociales. El autor, David Trueba, recomienda a los jóvenes que vean una película que antologa la obra de los hermanos Lumiére. Ve en ella una vuelta a la pureza y el placer que antaño producía dicho espectáculo; y aboga por recuperar esa luz.
Otra posibilidad: El texto trata sobre la innecesaria y absurda complejidad del mundo actual; el autor se posiciona a favor de la pureza y sencillez de antaño. Para defender este argumento, pone como ejemplo el cine y las primeras piezas de los hermanos Lumiére.
Otra: El autor analiza la raíz del problema que tenemos con las nuevas tecnologías, en concreto el móvil y las redes sociales. Para ello se remonta al pasado de los dispositivos audiovisuales, el cinematógrafo. Afirma que el cine de los Lumiére es mucho mejor que las imágenes que tomamos ahora, a pesar de que hoy en día todo el mundo lleva una cámara en su móvil.
POSIBLE RESPUESTA A LOS APARTADOS 1a, 1c y 2.
1a) TRES REDACCIONES DEL TEMA:
Una: Crítica de la complejidad del mundo actual en contraposición a la sencillez del anterior.
Otra redacción del tema: desorientación ante los cambios tecnológicos (en concreto audiovisuales) y ejemplificado en el cine.
Otra: Posibilidades e interés del cine antiguo (mudo) en contraposición al mundo audiovisual en que vivimos.
1c) TIPOLOGÍA Y MODALIDAD:
En cuanto a la modalidad, es argumentativo: véanse la función apelativa del verbo en imperativo, el tipo de adjetivos, los elementos valorativos, y la subjetividad (intenta persuadirnos de las maravillas del cine mudo, y de la tecnología audiovisual del pasado).
El texto es periodístico, ya que ha sido publicado por un periódico generalista español, El País. Además, por lo expuesto en apartado 1b y en la modalidad, se puede afirmar que es de opinión. Esto a unido a su corta extensión me lleva a concluir que se trata de una columna.
2) TRES POSIBILIDADES DE RESUMEN:
Una: El texto trata sobre las diferencias entre la sociedad de antes y la actual, a raíz de la aparición de las nuevas tecnologías y redes sociales. El autor, David Trueba, recomienda a los jóvenes que vean una película que antologa la obra de los hermanos Lumiére. Ve en ella una vuelta a la pureza y el placer que antaño producía dicho espectáculo; y aboga por recuperar esa luz.
Otra posibilidad: El texto trata sobre la innecesaria y absurda complejidad del mundo actual; el autor se posiciona a favor de la pureza y sencillez de antaño. Para defender este argumento, pone como ejemplo el cine y las primeras piezas de los hermanos Lumiére.
Otra: El autor analiza la raíz del problema que tenemos con las nuevas tecnologías, en concreto el móvil y las redes sociales. Para ello se remonta al pasado de los dispositivos audiovisuales, el cinematógrafo. Afirma que el cine de los Lumiére es mucho mejor que las imágenes que tomamos ahora, a pesar de que hoy en día todo el mundo lleva una cámara en su móvil.
martes, 17 de octubre de 2017
Comentario de texto
Yo soy el que soy
(Juan José Millás, El País, 14 de febrero de 2014)Si hemos entendido bien el anuncio lanzado estos días por Coca-Cola a toda página, resulta que Coca-Cola no es Coca-Cola, de ahí que carezca de responsabilidades en los despidos que Coca-Cola pretendía llevar a cabo en algunas de sus plantas embotelladoras. Jamás se nos pasó por la cabeza, la verdad, que Coca-Cola no fuera Coca-Cola. Nunca el capitalismo indefinido se había expresado con esta claridad. Pero tal es el quid de la cuestión. Las grandes marcas, sin dejar de ser ellas, podrán no serlo en el futuro cuando las circunstancias así lo requieran. Es como si yo, que soy Juan José Millás, dejara de serlo cuando me pillaran atracando una mercería. Tras la acusación policial, lanzaría un comunicado de siete u ocho puntos explicando a la opinión pública que Juan José Millás no es Juan José Millás. Pidan ustedes responsabilidades por el atraco a la planta embotelladora de Juan José Millás.
Ahora bien, mucho me temo que esta nueva modalidad de existencia consistente en ser y no ser al mismo tiempo quedará reservada para las grandes fortunas. Las clases medias no dispondremos de medios para el alquiler de avatares que nos hagan el trabajo sucio. Si usted necesita romper con su cónyuge tendrá que hacerlo sin intermediarios. No le será posible ser sustituido por una planta embotelladora contratada para estos fines. No podrá solicitar el divorcio asegurando que usted, Francisco López García, por poner un ejemplo, no es Francisco López García en el momento de la ruptura. “Yo soy el que soy”, le dijo Dios a Moisés. Esta frase posee una carga semántica de tal naturaleza que ha recorrido los siglos siendo objeto de multitud de interpretaciones. Nadie había sido capaz de superarla. Nadie, excepto Coca-Cola, que al decir “Yo soy la que no soy”, ha colocado el listón en un lugar imposible de superar incluso para Dios.
domingo, 15 de octubre de 2017
¿Qué pasa con las mujeres en los libros de texto?
Os
pongo en este enlace un
artículo sobre una cuestión importante: la visibilidad de la/s
mujer/es en los manuales de estudio con los que trabajamos en clase.
Independientemente de lo que suceda en otras materias, entono el mea
culpa por
lo que (no) hay en los apuntes de la Marea Verde que usamos en
Lengua. Pero para que no quede ahí enterrada la presencia de la/s
mujer/es, tanto en la lingüística como en las letras o en otras
disciplinas relacionadas con nuestra materia, propongo que busquéis
información sobre los siguientes nombres y los añadáis a los
temas, comentarios, textos argumentativos, etc. que vamos a trabajar
durante este curso. Si además de los nombres que apunto,
buscáis/encontráis más, serán bienvenidas.
Gabriela
Mistral
Carmen
Martín Gaite
María
Zambrano
Gloria
Fuertes
Olvido
García Valdés
Luz
Pichel
Chantal
Maillard
Simone
de Beauvoir
Concha
Méndez
Maruja
Mallo
María
Teresa León
Rosa
Chacel
Angélica
Liddell
Julieta
Valero
Ada
Salas
Belén
Gopegui
Blanca
Andreu
Esperanza
López Parada
Ernestina
de Campourcin
Josefina
de la Torre
Flora
Davis
Angela
Davis
Esther
Ramón
Clarice
Linspector
Alejandra
Pizarnik
Marguerite
Duras
María
Moliner
Carmen
Laforet
Ana
María Matute
Sylvia
Plath
María
Lejárraga
Victoria
Kent
Paca
Aguirre
Isabel
Escudero
Anne
Carson
etc.
jueves, 12 de octubre de 2017
¿Leer? (de Juan José Millás)
A mí, de adolescente, me prohibieron las novelas
Juan José Millás firma esta serie, que se basa en los beneficios innumerables de la lectura y resulta un muy gozoso grito de viva a la literatura
El País, 21 de agosto de 2016
A veces me llaman profesores
de enseñanza media para que acuda a sus centros de trabajo e intente convencer
a sus alumnos de que lean.
—¿De que lean qué? —pregunto.
—Cualquier cosa —dicen—. Novelas, por ejemplo.
A mí, de adolescente, me prohibieron las novelas. Las leía
debajo de las sábanas, sujetando con los dientes la linterna con la que mi
padre nos miraba la garganta cuando teníamos anginas. Mi padre no era médico:
nos veía la garganta por vicio. Tampoco yo era un lector profesional. Me
asomaba a la boca de los libros por una inclinación morbosa. Jamás pensé que
esa actividad formara parte de mi educación, aunque más tarde comprendería que
se empieza a leer por las mismas razones por las que se empieza a escribir:
para comprender el mundo.
Iremos por partes, pero permítanme de entrada la afirmación de
que el lector, como el escritor, nace del conflicto. Sin conflicto no hay
escritura ni lectura. Leemos y escribimos porque algo no funciona entre el
mundo y nosotros. El conflicto no desaparece al leer o al escribir, pero se
atenúa de manera notable. Decía Blanchot que la página del libro (del libro
literario, quiero decir, de la novela, del poema, del buen ensayo) tiene dos
caras; en una se mira el escritor y en la otra el lector, aunque los dos buscan
lo mismo: un espejo que les devuelva de sí y de la realidad una imagen menos
fragmentada que aquella que sufren a diario. Tanto el uno como el otro, tanto
el escritor como el lector, son bichos raros, personas difíciles que sufren
desacuerdos graves con lo que les rodea. Y esos dos bichos raros se encuentran
ahí, en el libro, que es también un lugar oscuro, un callejón, diríamos, allí
es donde se encuentran.
El libro ha tenido siempre algo de callejón frecuentado por personas
huidizas con tendencia, como decíamos, a la clandestinidad. Por eso, uno de los
factores que más daño ha hecho a la lectura es el consenso respecto a sus
virtudes. Cuando yo era pequeño, cuando yo era joven, la lectura no estaba muy
bien vista. Los niños y los adolescentes lectores dábamos un poco de miedo a
nuestros padres, a nuestros profesores. Ese miedo de los otros nos confirmaba
que estábamos en el buen camino. Por haber, había incluso una lista, una
bendita lista de libros prohibidos por el Vaticano, que eran, lógicamente, los
que con más ansia buscábamos. Hoy, en cambio, todo el mundo asegura que leer es
bueno. Lo dicen los padres, lo predican los profesores y lo corroboraría, si
tuviéramos la oportunidad de preguntarle, el ministro del Interior. Con
franqueza, si yo fuera adolescente, ni me acercaría a una actividad ensalzada
por mis padres, por mis profesores y por el ministro del Interior. Me
entregaría a los videojuegos, que producen aún mucha inquietud en las personas
de orden.
Pero decía que me llaman a veces de los institutos de enseñanza
media y yo acudo, no siempre con el mismo ánimo, para explicar a los jóvenes
que la lectura es ya una de las pocas actividades transgresoras en una sociedad
en la que prácticamente todo está permitido. O, peor aún, en una sociedad que
es muy permisiva con lo que se debería prohibir y muy prohibitiva con lo que
debería permitir. Les explico que los lunes por la mañana, cuando salgo a
pasear por el parque cercano a mi domicilio, veo indefectiblemente rotos los
cristales de una o dos marquesinas de autobús y tres o cuatro papeleras
arrancadas de sus soportes. Son destrozos llevados a cabo durante el fin de
semana por jóvenes que no son capaces de expresar su malestar de otro modo.
Odian el sistema y apedrean por tanto los símbolos externos de ese sistema
practicando un modo de delincuencia atenuada que les compensa momentáneamente
del dolor de vivir en un mundo sin salida, sin horizonte moral o laboral, en un
mundo loco.
Intento explicarles que lo que ellos toman como un acto de
rebelión fortalece al sistema hasta extremos que no podrían ni imaginar. La
sociedad, les explico, puede prescindir de otras personas, pero no de los
delincuentes. «El delincuente —decía Octavio Paz en un ensayo de juventud—
confirma la ley en el momento mismo de transgredirla». Les explico que cuando
beben cuatro cervezas y arrancan de raíz ese semáforo con el que yo tropiezo el
lunes por la mañana, están haciendo gratis algo por lo que les deberían pagar.
Estoy convencido, les digo, de que si un día, de la noche a la mañana,
desaparecieran los delincuentes, el Ministerio del Interior no tardaría ni 48
horas en convocar oposiciones para cubrir urgentemente todas esas vacantes.
El joven, pues, que el sábado por la noche se emborracha y que
al amanecer, antes de regresar a casa, llena de silicona la ranura de un cajero
automático para no irse a dormir sin haber contribuido a la liquidación del
sistema, no sabe hasta qué punto está contribuyendo a reproducir lo que
detesta. Ese chico no es peligroso; en realidad, es un funcionario que trabaja
gratis para el sistema. Destroza el mobiliario urbano con el mismo gesto de
rutina con el que el funcionario de Hacienda nos dice que volvamos mañana.
Cuando digo esto en institutos difíciles, aunque también en los
de clase media, los chicos se quedan lógicamente sorprendidos. Les explico a
continuación, porque así lo creo, que el joven verdaderamente peligroso es
aquel que un viernes o un sábado por la noche se queda en casa leyendo Madame Bovary. Por lo general, no saben quién es madame
Bovary, pero he comprobado les suena bien, por lo que no suelo cambiar de
título.
Ese individuo que se queda a leer Madame Bovary, les aseguro, es una bomba. ¿Por qué?,
noto que me preguntan con la mirada. Porque la realidad, les explico, está
hecha de palabras, de modo que quien domina las palabras domina la realidad.
Ellos dudan, claro, porque miran a su alrededor y no acaban de ver la relación
entre la realidad y las palabras. Entonces les recuerdo el cuento aquel de Andersen, El rey desnudo, o El traje nuevo del emperador,
según la traducción. Todos ustedes lo conocen. No me digan que no les resulta
sorprendente el éxito de ese relato si consideramos que se narra en él la
historia de un pueblo que ve vestido a un señor que va desnudo. Parece una
historia inviable por inverosímil, pero lleva años cautivando a niños y a
mayores de todas las nacionalidades. ¿Por qué?, me pregunto en voz alta delante
de los alumnos a los que intento convencer de las bondades de la lectura. Pues
porque lo que ocurre en ese cuento, respondo tras unos segundos de tensión
teatral, es lo que nos ocurre cada día desde la noche a la mañana a todos y
cada uno de nosotros: que salimos a la calle y vemos lo que nos dicen que
veamos. Si la orden de ese día es ver al Rey vestido, lo veremos vestido,
aunque vaya en pelotas. En otras palabras, vemos lo que esperamos ver. Y esto
es así de simple y así de espectacular. Las palabras son generadoras de
realidad. Y la ausencia de palabras también. Por eso invito siempre a los
alumnos a preguntarse hasta qué punto es real la realidad.
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